Descendiendo entre dos ríos, tres muros definen el espacio: el primero recibe, los otros ocultan—uno alberga vida social (cocina, comedor), otro intimidad (recámaras con ventanas al bosque). Escaleras, concreto fresco, jardín y una columna torcida completan este diálogo entre arquitectura y naturaleza.

Arquitectura en diálogo con la montaña: una casa que se funde con el paisaje de Acatitlán
En Acatitlán, Estado de México, esta casa se incrusta en la ladera de un claro boscoso, donde dos ríos convergen. Muros de concreto cincelado retienen el terreno, mientras la barra pública se alinea con la cresta de la colina. Ventanales de cedro rojo en la sala se abren al poniente, dejando pasar el viento entre cortinas ligeras. Más abajo, el carril de nado se oculta tras arbustos, y la cocina desaparece bajo tierra—un juego de volúmenes que funde arquitectura con el paisaje abrupto.

Los límites expuestos de un volumen semienterrado
La barra privada —hundida dos metros en la ladera sur— carga un muro más alto, pero desde arriba solo asoma su media altura. Los cuartos, orientados al sur, se despegan de la colina con un pasillo bañado por patios minúsculos. Sus paredes de block delgado revelan las juntas cuando la humedad las traiciona, exponiendo el esqueleto de concreto bajo el aplanado frágil.

Doble barra en diálogo: escaleras como eje de un hábitat suspendido
Las dos barras están conectadas por un nudillo de escaleras trapezoidales, su geometría permite la disposición de la casa. Una encima de la otra; una es cueva, la otra al aire libre.

Arquitectura que respira: muros térmicos y autonomía en la montaña
Los muros de concreto, además de contener la ladera, actúan como masa térmica: absorben el calor del día para liberarlo en las frías noches de montaña, eliminando la necesidad de calefacción. Autosuficiente, la casa se abastece de un manantial cercano y funciona con energía solar almacenada en baterías, prescindiendo por completo de redes eléctricas.
Fuente: www.archdaily.mx